Esa bonita costumbre perdida

Estaremos todos de acuerdo en que los tiempos cambian, y con ello nuestras costumbres.
Está muy bien eso de que el mundo evolucione, evidentemente hay que avanzar, pero algunas de las costumbres las recuerdo con añoranza.
No me siento mayor, a mis 34 años me queda mucho por delante, pero basta que tengas un hijo de casi 12 años para que te recalque que naciste en la edad de piedra.

Hay cosas que están condenadas a olvidarse, como lo de bajar a las diez de la noche a la cabina de la esquina para poder llamar a "fulanita de tal" y tener que enfrentarte a la voz severa del padre que te pregunta  cual es la urgencia como para llamar a esas horas.
La tecnología evoluciona y una de las cosas que no conocerán las nuevas generaciones es el arte de grabar tu canción favorita de la radio con todos los sentidos alerta para darle al STOP en el momento idóneo antes de que se pusiera a hablar el locutor.

Otra de las cosas que más echo en falta es cuando vivíamos en un edificio sin portero automático, y viviendo en un tercer piso, las peticiones y demandas de más rato para callejear, se hacían a grito pelado desde la calle en compañía de todo el grupo de amigos para hacer presión mientras mi madre te gritaba desde el sofá con el balcón abierto. Vale, si, éramos un poco brutos, pero ¡a mi me encantaba!.
También recuerdo cuando no había mando a distancia, bueno mentira, si había mando, era yo.
Solía sentarme en la alfombra cerca del sofá, así que mi madre te daba en la cabeza y te decía: cambia!, y voilá aparecía un nuevo canal. (Lo bueno es que solo habían un par o tres, así que tampoco es que tuviera que cambiar todo el tiempo).

Son cosas que se van perdiendo, que las futuras generaciones no van a conocer, como los teléfonos con disco para marcar, o como el rebobinar una cinta con un bic.




Una de las cosas que me hacía gracia de mi madre es cuando empezaba una frase diciendo: "me acuerdo cuando era pequeña, que hacíamos tal cosa o tal otra..." y me sonaba medieval.

¡Que horror!, estoy en esa fase, recuerdo cosas o las comento en casa y lo único que me encuentro es la cara de Nathan, llámalo fascinación, llámalo pánico por haber vivido así, sin pantallitas multicolor, sin PlayStation 4 o sin WhatsApp, y me hace sentir vieja, pero luego, me paro a pensar en los momento que he vivido con los amigos en el barrio, de familia y nuestras locas conversaciones y pienso: "que pena que ellos no vayan a aprender a vivir así de bien.