Y finalmente.... el silencio

Ha llegado el momento de concluir el viaje de Cracovia.
Lo sé, se me ha ido de las manos. He tardado más de lo que debería, pero llevo tiempo pensando como hacer esta entrada, para saber expresar lo que sentí, lo que viví, y creo que no sabré hacerlo.

Te voy a pedir permiso para dejar a un lado la ironía que llevo siempre pegada a la piel, la situación lo requiere.
No se si recordarás algo del viaje, si te apetece te dejo mi experiencia aquí, aquí y también aquí.
Es muy fácil explicar lo bien que comí los demás días, el frío que pasamos, todo lo que caminamos y en definitiva, que es un viaje que me encantaría repetir, eso es fácil de contar.

Pero el destino de este viaje no era nada más y nada menos que Auschwitz.
Todos conocemos la historia. Quien más y quien menos ha visto, leído o escuchado, parte de las atrocidades que se cometieron ahí.

Y es que nada de lo que explique hoy aquí podrá relatar con detalle lo que se siente al estar in situ.
Al llegar, lo primero que ves es esa puerta forjada que en tantas imágenes hemos visto con su frase: "Arbeit macht frei" que es algo así como "el trabajo os hará libres", nada más lejos de la realidad, ¿verdad?

Esto es Auschwitz I, destinado en un principio a oficinas, bloques sanitarios y dependencias de algunos presos entre otras cosas.
No vengo hoy a dar una clase de historia, pues en Google podrás encontrar todo lo que necesites, pero sí decir que a día de hoy, esos bloques se han convertido en pequeñas salas-museo que hace que se te erice el vello del cuerpo entero.

En lo que sí quiero hacer hincapié, es en las sensaciones que viví yo al recorrer sus calles y sus bloques.

Una de las cosas que más me impresionó, se encontraba en el edificio superior de uno de sus bloques.
Toda la estancia estaba rodeada de unos cristales punteados. Al acercarte más, te das cuenta de que no es el dibujo del cristal. El color oscuro, se lo da los millones de nombres de personas que hay allí grabados junto con su procedencia, fecha de nacimiento y fecha de defunción.
El darte cuenta de que eso son vidas perdidas, que han quedado relegadas a un borrón en una pared, hace que te des cuenta hasta donde es capaz de llegar el ser humano por el poder y lo que es capaz de aguantar por sobrevivir.

Otro de los momentos espeluznantes es cuando llegas al bloque en el que se almacenan las maletas que inocentemente marcaron sus dueños para recuperar después, los millones de zapatos apilados relegados al olvido y demás enseres personales que nunca más volverían a ser utilizados.

   

¿Qué sentí?
- Miedo: Por pensar que haya gente en el mundo capaz de infligir torturas indecibles a otro ser humano.
- Pena: Por esas vidas arrebatadas sin sentido.
- Impotencia: Porque cala estar ahí. Porque te hace sentir la pena absoluta que se siente tras esas paredes.

Visto los bloques, un autobús te lleva a Birkenau.
Quiero puntualizar que nevaba, era febrero y hacía mucho frío, pese a que íbamos tapados hasta las orejas, y quizás eso, te hacía pensar más en el frío que debieron pasar con esos pijamas de rayas que tantas veces hemos visto.

No voy a poner imágenes de los barracones, todos los hemos visto. Pese a que están reconstruídos para que nos hagamos una idea de como eran, se palpa en el ambiente la desolación, la miseria.
Cuando fuimos nosotros, habían colas larguísimas para acceder, ¿el detalle más grande que me llevé marcado a fuego? el silencio.

Nadie hablaba, nadie opinaba. Seguíamos a los grupos, guías o demás turistas en silencio, envueltos por el frío y la nieve.
Íbamos como corderos, entrando y saliendo a los diferentes habitáculos, celdas, baños o cámara de gas.
Viendo los arañazos en las paredes, conteniendo un grito en la garganta, imaginando otro tiempo, otras vidas...

¿La experiencia?, horrorosa, pero a su vez, claramente necesaria, no se puede tolerar hacer el mal así a otra persona, no se puede someter a un igual a esos calvarios y nunca, nunca se puede hacer perder la inocencia así a unos niños.